martes, 2 de diciembre de 2008

Depresion de los adolescentes

Evidentemente, a nosotros nos interesa más abordar este problema en la edad en la que se encuentran nuestros estudiantes de bachillerato. La desestructuración que actualmente suele caracterizar al núcleo familiar, el concepto de competitividad y el estilo de vida consumista a la que constantemente se ven sometidos los adolescentes son factores que los colocan como «uno de los grupos de más alta vulnerabilidad para padecer algún tipo de patología mental», explicó el Dr. Manuel Trujillo, jefe de Psiquiatría del Hospital Bellevue, de Nueva York, en Estados Unidos, que ha participado en el IX Congreso Nacional y III Internacional de la Medicina General Española, celebrado en Madrid.

Adolescencia: Síndrome normal

Para definir la depresión en adolescentes es importante definir la depresión pero también definir y entender en qué consiste esta etapa por la que están pasando nuestros jóvenes. Sin que esto tome el curso de un estudio minucioso de la adolescencia mencionaremos sólo los rasgos o características de ésta. En general, el adolescente atraviesa por tres duelos importantes que son:

1. El duelo por el cuerpo infantil, aquel cuerpo que ya no tiene y que está siendo sustituido por uno que todavía no conoce y que le genera sentimientos encontrados de vergüenza y aceptación, lo que es claramente un signo de crecimiento.

2. El duelo por la personalidad infantil, que enfrenta al adolescente a pensar y ver la vida de forma distinta.

3. El duelo por los padres infantiles, que ya no son aquellos héroes o ídolos perfectos que uno miraba hacia arriba, sino que ahora se convierten en seres humanos con defectos, virtudes, aciertos y equivocaciones.

El adolescente en general atraviesa una búsqueda de sí mismo y de su identidad; va de tendencias individuales a tendencias grupales, un comportamiento en el que busca uniformidad y una contención a tantos cambios; tiene necesidad de intelectualizar y fantasear, sufre crisis de actitudes sociales reivindicatorias y religiosas; presenta una clara denunciación temporal en la que lo importante aparece siempre más cercano en el tiempo que lo que no tiene interés; atraviesa por una evolución sexual que va desde el autoerotismo hasta la sexualidad adulta, pasando por todas las formas de sexualidad polimorfa que describiera Freud en Tres Ensayos (Casullo, Bonaldi y Fernández, 2000); vive una separación progresiva de los padres; tiene muchas contradicciones en todas las manifestaciones de la conducta y del pensamiento y sufre de constantes fluctuaciones del estado de animo y del humor. Está en un proceso de adaptación a cambios físicos, intelectuales, sociales y emocionales, intentando desarrollar un concepto positivo de sí mismo, así como experimentar y crecer hasta conseguir su independencia. También está concentrado en desarrollar un concepto de identidad y de valores personales y sociales, así como en experimentar la aceptación social, la identificación y el afecto entre sus pares. El desarrollar enfoques positivos respecto de la sexualidad, que incluyan valores, consideración, placer, emoción y deseo dentro del contexto de unas relaciones cariñosas y responsables es otra de sus tareas en esta etapa de la vida, para finalmente llegar a ser plenamente conscientes del mundo social y político que les rodea, así como de su habilidad para afrontarlo y de su capacidad para responder de forma constructiva al mismo y poder establecer relaciones con adultos, en las que puedan tener lugar dichos procesos de crecimiento. A todo esto se le conoce como el síndrome normal de la adolescencia (Hargraves, Andy, Lorna y Ryan, 2004:18-19).

Depresión
Para entrar en materia, es importante señalar que toda definición de la depresión debería asentarse sobre un doble pilar: el del afecto y el de las ideas.

La depresión puede ser un síndrome, es decir, un conjunto de síntomas, o bien, puede aparecer como síntoma asociado en otra entidad o trastorno, por ejemplo, como consecuencia de una enfermedad.

Etiología: como en todas las diferentes formas de la conducta, al tratar de entender la etiología de la depresión tenemos dos grandes vertientes: por un lado la cuestión endógena (orgánica) y por otro lado la explicación psicológica (inconsciente). Es importante recordar la idea de las series complementarias de Freud, donde nos indica que ambas irán de la mano siempre, es decir, por un lado tenemos aquello con lo que el sujeto nace, ya sea de orden fisiológico o emocional (por ejemplo, si nace con cierta tendencia depresiva o no) y por otro lado tenemos el impacto que provocará lo ambiental y las circunstancias particulares que rodean a esa persona.

Desde una perspectiva clínica, la depresión consiste en un estado de ánimo bajo, con pérdida del interés en casi todas las áreas y actividades, lo que representa un cambio drástico en la manera de ser de la persona, previo a la aparición de estos síntomas, y con características agregadas como la alteración del apetito, alteraciones del sueño, agitación o enlentecimiento psicomotríz, disminución de energía, sentimientos excesivos o inadecuados de inutilidad, sentimientos de culpa, dificultades de pensamiento o de concentración e ideas de muerte o suicidio recurrentes (9). También se presentan, sentimientos de tristeza, de desamparo, amor propio disminuido, sentimientos de que la seguridad está amenazada debido a la pérdida de algo o alguien que la garantizaba e incapacidad de enfrentarse solo a las diferentes exigencias de la vida (Mackinnon, 1973).

Desde una perspectiva psicoanalítica, la depresión es básicamente la elaboración de un duelo. Un duelo por algo que se perdió, algo que se tenía y que ya no se tiene. En todas las situaciones algo se está viviendo como inalcanzable, algo se desea tener y no se ha conseguido (Bleichmar, 1994).

Sin embargo, a diferencia de otros trastornos, la depresión no se puede definir fácilmente por su génesis, por lo que pone en marcha, ya que puede estar relacionada con la historia del paciente y no ser una causa directamente relacionada en tiempo y espacio con la presentación de los síntomas.

De lo anterior se concluye que el núcleo de la depresión, en tanto estado, no lo podemos buscar ni en el llanto, ni en la tristeza, ni en la inhibición psicomotríz, pues todos estos estados pueden o no estar presentes en una persona deprimida. Sin embargo, algo que sí está presente es el tipo de ideas que poseen en común todos aquellos cuadros en los cuales por lo menos una de estas manifestaciones está presente. La no realizabilidad de un deseo mediante el cual alcanzaría un ideal, o la consecución de un logro menor que provoca que se sienta arruinado, fracasado, inferior, culpable. Es decir, el núcleo de la depresión lo van a constituir estas ideas de inferioridad, autorreproche, fracaso, e incluso, en algunos casos, ideas de muerte.

Otra característica de la depresión es que los afectos están entrecruzados con las ideas aunque se trata de entidades separables (Bleichmar, Op. cit.). Tal entrecruzamiento es muy visible en los casos de pacientes tratados con antidepresivos, en los cuales queda expuesto que el químico trabaja sólo en los niveles que modifican la conducta y, por lo tanto, en las sensaciones afectivas; pero donde también, como consecuencia, se modifican los sistemas de ideas (autorreproches, desvalorización, pesimismo, temas hipocondríacos, ideas de suicidio, etc.), que asimismo se ven afectados por este tipo de tratamiento psicofarmacológico (Ibídem). Es decir, las drogas actúan sobre los afectos, sobre las emociones, y estas a su vez actúan sobre las ideas, modificándolas.

Es importante señalar que, por todo lo anterior, la depresión forma parte de los trastornos del humor o de la afectividad. Lo complicado es que no todos lo síntomas deben o pueden estar presente para que se realice el diagnóstico; es decir, puede haber una depresión sin que haya autorreproches. Al igual que, por ejemplo, la tristeza, puede estar detonada por los autorreproches, pero tampoco se puede explicar sólo por esta causa (Idem.)

Como con la mayoría de las patologías, existen grados dentro de la depresión. Así, tenemos la depresión de duelo normal, la psicosis melancólica, la depresión neurótica, la depresión anaclítica1, etc. (Id.; ver también DSM III R, 1988)

Es importante mencionar el DSM III, tanto por su peso dentro de las concepciones médicas, como porque consiste en otra forma diferente de clasificación. En este manual, la depresión se divide en depresión mayor, distimia y trastorno depresivo no especificado, clasificación que se basa sobre todo en la presentación y duración de síntomas como: estado de ánimo deprimido, notable disminución de placer o de interés en todas o casi todas las actividades habituales, disminución o aumento significativo del apetito y del peso corporal, insomnio o hipersomnia, fatiga o pérdida de energía, sentimientos excesivos o inadecuados de inutilidad, ideas de muerte recurrentes. Además, en todas las clasificaciones se dividen los trastornos en leve, moderado y grave (DSM III R, Op. cit.)

Dentro de las conceptualizaciones psicoanalíticas existen varios factores importantes en la detonación de la depresión. Es importante resaltar algunos de estos. En primer lugar está el papel que juega el narcisismo, en el cual se entiende que el individuo se ha tomado a sí mismo como objeto de amor, por lo que se ve a sí mismo como un ideal, sin embargo, este ideal no es como se quería y por lo tanto no se pude amar a sí mismo, por lo que se vuelve inalcanzable ese deseo. Esto puede ocurrir cuando el sujeto en cuestión triunfa ante otros, pero ese triunfo no es reconocido por sí mismo debido a ataduras inconscientes internas. Esto se llama colapso narcisista.

Por otro lado, la depresión se puede dar ante los triunfos o éxitos logrados por otra persona que funciona como un espejo ante lo que el sujeto no puede lograr.

Otro tipo es el de la depresión relacionada a la culpa y a la agresión. Esta última, aunque es un tema muy complejo y ligado a varios factores, podría simplificarse de la siguiente forma: la agresión, considerada como la intencionalidad de provocar daño o sufrimiento (físico o moral), sólo por el placer que ello implica (Bleichmar, Op. cit.) y que trae como consecuencia una culpa depresiva de haber dañado al otro.

De todo lo anterior se puede desprender que otra manera de clasificar la depresión depende del tipo de ideal en juego que se encuentre perdido o lejos de lo alcanzable (Ibídem).

Así, si el ideal es la perfección narcisista, cuando esta no se cumple y se da lo que llamamos anteriormente un colapso, estaríamos hablando de una depresión narcisista. Si el ideal hace referencia a no hacer daño, y algo se daña, entonces hablamos de una depresión culposa. Esta culpa es consecuencia del sentimiento de que se ha atacado al objeto y se lo ha dañado. Se da también el hecho de que se sienta perdido al objeto de amor -por estar dañado- y que además de la culpa, se de una depresión por la pérdida de este objeto. Aunado a esto viene un sentimiento de mayor reproche (por haber dañado y perdido al objeto) y un sentimiento de ser un sujeto agresivo, todo esto tan adecuadamente descrito por Melanie Klein en referencia a la posición depresiva en los bebés (Segal, 1964; Klein, 1935).

También está la depresión por pérdida de objeto donde no se cumplen las dos condiciones anteriores y estamos ante una situación de duelo por muerte de un ser querido (Bleichmar, 1994). Es importante señalar que además se pueden dar los casos mixtos donde en ocasiones se presentan diferentes patrones al mismo tiempo, así como subclases en cada tipo particular (Ibídem).

De todo lo anterior podemos decir lo siguiente acerca de la depresión: sabemos que en primer lugar se tiene un deseo que se mantiene; en segundo lugar, ese deseo tiene la característica de inalcanzable o irrealizable, y en tercer lugar, se da una fijación de ese deseo, es decir, la imposibilidad de pasar a otro (Idem.) También sabemos que aunque la tristeza puede ser un síntoma de la depresión, no es lo mismo, y además no siempre está presente. Entonces, para afinar un poco, la sintomatología de la depresión puede incluir una inhibición motriz, lentificada o agitada, pero en ambos casos se ve inhibido el poder de acción (es decir, no se puede concluir ninguna actividad); asimismo se presentan autorreproches y visión pesimista de la vida (Id.) (Es importante señalar que la tristeza, a diferencia de los demás rasgos, es una identidad por sí misma y que se define como tal, por caracteres propios.)

Ahora, si pensamos en lo que hemos revisado de la adolescencia y lo que hemos descrito de la depresión, aún falta preguntarnos, ¿qué es eso que han perdido los adolescentes que se deprimen?, ¿de qué carecen?, ¿qué deseo sienten como inalcanzable?

Para responderlo, me veo nuevamente ante una situación en la que no encuentro todas las respuestas. Sin embargo, me parece importante que tengamos la mayor cantidad de información posible para, de esta forma, poder acercarnos cada vez más a las respuestas. ¿Será posible poner todo el peso de esta respuesta en la situación económica social actual? Como dice el Dr. Brocca, antes los padres les decían a los hijos «estudia si quieres llegar a ser alguien en la vida», ahora sólo se les puede decir «estudia y buena suerte»...

El suicidio
Evidentemente el riesgo más importante de la depresión es el suicidio. En este sentido es importante recordar que los adolescentes, como parte sustancial de su ser, tienen factores suicidas intrínsecos, es decir, el adolescente cree que a él no le va a pasar nada y tiene tendencia a realizar conductas de mucho riesgo, como por ejemplo, manejar a altas velocidades.

Sin embargo, en algunos casos, al observar más de cerca algunas de estas conductas sí podrían estar relacionadas con núcleos depresivos. Como ya lo señalara Emile Durkheim (citado en Casullo, Bonaldi y Fernández, 2000), la tasa social de suicidio constituye un buen indicador del estado de una sociedad, pues el aumento de suicidios suele estar asociado a problemas más generales que afectan a todo el colectivo social. Él estaba convencido de esto desde hace casi un siglo, cuando construyó esta explicación para dar cuenta del aumento de las tasas de suicidios en su época. Pese al tiempo transcurrido, hay autores que creen que la misma explicación puede servirnos hoy para iluminar algunos aspectos del problema del suicido (Ibídem).

En México, de acuerdo a los resultados de las encuestas del INEGI (2001), 60% de los intentos de suicidio sucede entre la población de 15 a 29 años, así como 50% de los suicidios (el resto esta dividido en: 40% entre personas de 30 y 40 años, 5% entre 65 y 75 años, 3% personas de 75 años en adelante, y 2% en personas menores de 15 años).

Está comprobada la presencia de diferentes trastornos psicopatológicos en los comportamientos suicidas (por ejemplo, importantes regresiones, empobrecimiento de las funciones yóicas, uso inadecuado de los mecanismos de defensa, etc.), trastornos que contribuyen a la génesis de comportamientos suicidas en la medida que provocan sufrimiento psicológico, disminución de las defensas yóicas, desesperación y desesperanza. También se ha encontrado que más de la tercera parte de quienes completaron actos suicidas, así como el 10% de los que revelaron tener ideas acerca de la muerte eran consumidores de alcohol y otro tipo de drogas (Casullo, Bonaldi y Fernández, 2000), actividades que sin duda están en incremento en nuestra población adolescente2.

Es importante recordar también que entre los principales procesos emocionales involucrados en comportamientos autodestructivos pueden citarse: internalización de sentimientos agresivos, identificación con personas que han muerto, autodevaluación, percepciones ilógicas e irreales de sí mismo, autoatribuciones negativas, fijación de metas personales de vida poco reales con expectativas ilusorias de éxito.

Las situaciones de estrés, el abuso sexual familiar, conflictos familiares, problemas matrimoniales en familias muy inestables, aislamiento social, el deterioro en las habilidades sociales, la existencia de problemas serios en los vínculos con el grupo de pares y amigos son otros factores de peso en los procesos depresivos.

Los síntomas de depresión en los adolescentes
Los síntomas depresivos en los adolescentes son tomados con frecuencia como «comportamiento normal del adolescente», y se considera que son el producto de los cambios hormonales normales, lo que, en muchos casos, dificulta el diagnóstico, negando o retardando la ayuda que necesitan. El mayor número de adolescentes deprimidos está entre los 13 y los 15 años de edad, rango que coincide con las épocas de más baja autoestima de este particular período del crecimiento.

Los adolescentes no necesitan «razones de peso» para deprimirse. En apariencia son invencibles e invulnerables, pero en el fondo pueden estar profundamente cuestionados y dolidos, no tienen consolidada su identidad y son severos críticos de sí mismos.
La depresión parece presentarse con mayor frecuencia en familias con problemas maritales, en las que el adolescente tiene más dificultad de establecer su identidad (Revista del IX Congreso Nacional de Medicina General, Op. cit.), aunque es importante recordar que cada adolescente es único en la forma que responde al ambiente que lo rodea, no sólo al ambiente familiar sino al escolar y con los amigos.
La sensibilidad del adolescente se altera por el manejo de las emociones en conflicto junto con el despertar de la sexualidad. Los cambios que ocurren en el cuerpo de los adolescentes no son asimilados en forma adecuada por algunos de ellos, lo cual les genera depresión. Adolescentes sometidos a abuso sexual y/o con problemas de orientación sexual (homosexualidad) pueden presentar también un cuadro depresivo. Cerca de los 14 años, las adolescentes tienen el doble de probabilidades de entrar en un cuadro depresivo (Ibídem).

El adolescente promedio manifiesta aburrimiento, pérdida de interés, desmotivación y/o tendencias a actuaciones antisociales o apatía (poco interés) ante situaciones que de lo contrario serían atractivas. Es muy factible encontrar comportamientos más bien agresivos, descalificadores y desafiantes que de tristeza o abatimiento como tales.

Los padres con frecuencia notan en ellos bajo rendimiento académico, irritación constante y problemas para dormir. En los casos más severos de depresión, los jóvenes pueden comenzar a pensar en el suicidio. Muchos de los intentos suicidas de la juventud se enmascaran como «accidentes» de severidad considerable, como en las muertes que ocurren como resultado de conducir vehículos automotores a exceso de velocidad, en ocasiones bajo el efecto de drogas o por el consumo de bebidas alcohólicas en adolescentes deprimidos, tal como se comentó anteriormente.
Es importante tener siempre presente el tiempo en el que se han presentado los síntomas. Si el adolescente presenta ideas suicidas, falta de apetito y falta de interés en toda actividad social durante más de 2 semanas, se debe estar muy alerta. Tienden a aislarse y a tener ideas suicidas por los sentimientos de culpa y de incapacidad para afrontar la vida diaria. La depresión en el adolescente envuelve más problemas interpersonales y de baja estima que la depresión en el adulto.
En algunos casos se puede confundir este comportamiento alterado con el síndrome de falta de atención, agresividad, hiperactividad, desórdenes de la alimentación, problemas del sueño, cuando en realidad la enfermedad de fondo es la depresión.
Es parte de nuestra labor como docentes el estar con los ojos muy abiertos para detectar este tipo de sintomatología en nuestros adolescentes, para poder brindarles la mejor y más pronta orientación y que así puedan recibir la atención adecuada.
Fuente

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